(Editorial Revista Blogi / Otoño)
Llegó la estación de la “comida emocional”; traducción al español del concepto comfort food, popularizado por el chef Jamie Oliver en uno de sus libros. Un término que me parece perfecto para describir la cocina de otoño. También se asocia al soulfood de los afroamericanos, donde se refuerzan los lazos de la familia en torno a humeantes platos tradicionales.
Los meses fríos evocan hogar, ollas y guisos. Me gusta llamarlos los superhéroes de la cocina porque son salvadores: todo se junta, se mezcla, se estofan dentro de un mismo fondo y el final es tan intenso que representan la perfección. Paladines de los restos que quedan en el refrigerador, que llegan a salvarte porque conocen tus necesidades.
Se me vienen a la cabeza dos películas donde la comida emocional es protagonista: Ratatouille y su crítico gastronómico, un hombre impasible al que lo doblega el primer bocado del plato final (ese que lleva el mismo nombre que la película) y The Hundred-Foot Journey donde Hassan Kadam honra y entiende los sabores de su madre en una cocina moderna, pero con infinitos recuerdos. En ambas, los sabores los hacen viajar y con justa razón se emocionan. En ambas está presente el instinto y es por eso que este estilo de comida es la que más remembranzas nos trae.
Los platos otoñales se convierten en preparaciones enjundiosas. Es el tiempo de la comida simple, que abraza (y abrasa) y, sobre todo, es el tiempo de sacarle provecho a los ingredientes de la temporada: un pie de manzana, guiso de porotos verdes o garbanzos, cazuela con osobuco, tortilla de acelga, dulce de membrillo, preparaciones con higos, un charquicán y un larguísimo etcétera.
En los últimos años el comfort food se convirtió en tendencia: la comida como remedio para las penas, para hacerse cariño o para rememorar. Y con la ilusión de que sea más que una moda, hay muchos blogueros gastronómicos que le dan fuerza día a día, quizás algún día se convierta (o vuelva
a ser) tradición. Eso espero.
Dalal Halabi
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